13.10.10

Mi versión kafkiana

Harold se despertó un día y se sintió soñando. Podía ver el interior de su cuarto, sus lámparas, sus revistas sobre arquitectura y diseños de livings, sus obtusos y polvorientos libros que recorrían una diversidad enorme de temas, su cómoda con ropa sucia encima. Sus cuadros. Pero no eran suyos, no en el sentido propio de la palabra, porque el no los había pintado.
En ese momento, cuando echó un vistazo a SUS cosas, a SU cuarto, pensó que quizás se encontraba en un estado de parálisis del sueño. No se podía mover. Ni un músculo. Nada.

Pero el verdadero shock ocurrió cuando miro hacia abajo y, echado sobre la cama, no vio su moreno cuerpo, sino una especie de cilindro blanco. No tenía brazos ni piernas, sólo un cilindro. Por eso es que no puedo moverme, pensó Harold sin alarmarse, confiado en que se trataba solo de un sueño.
Un alarido desgarra el aire. Fue la mente de Harold al realmente avivarse que esto era real, que le estaba pasando a él. Quizás también haya sido el brutal siseo que se originaba en la punta del cilindro; el lugar donde deberían estar los pies de Harold. Un resplandor rojo se vislumbró en la penumbra. ¿Me estoy quemando realmente?, se preguntó Harold, entre imaginarios sollozos y gritos de dolor.

Harold notó, cada vez más asustado, que su cuello también había desaparecido, que la única separación entre su cabeza y el resto del cuerpo eran los colores; el cilindro era de un blanco que a cada momento lo era menos, su cabeza de color marrón - entrevió por el rabillo del ojo -.

La quemazón persistía, iba trabajando lenta y despaciosamente sobre el extremo del cilindro, disipándolo con pasmosa calma.

En ese momento el hombre devenido cilindro observó sus revistas de arquitectura, sus malditas preocupaciones sobre que muebles decorarían mejor su living, los libros que ya nunca iba a leer, esa ropa que jamás volvería a ser lavada, y triste, con lágrimas corriendo por el filtro marrón, pensó que esta era su vida, y se estaba consumiendo momento a momento.

Sólo le quedaba resignarse.

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